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martes, 17 de abril de 2018

PEDAZOS DE “LOS BASURITA DE CARAJILLO” (20) > Capítulos 8 y 1

CAPÍTULO 8: LA PRIMERA DE TODAS LAS VECES
  Moncha tuvo tiempo de preverlo e imaginarlo todo. Sería la primera de todas las veces. La primera en que estaría a solas con la pasión desatada, la primera en que el sexo se dispondría por fin a desvelarle sus secretos, la primera en que vería a un caballero en pelotas y, muda y pálida, se desnudaría ante alguien extraño, la primera y suprema vez de la excitación total, el pudor vencido y el nirvana alcanzado.






CAPÍTULO 1: CARAJILLO, PROVINCIA DE LAS VILLAS
  Según el censo nacional realizado en 1943, Carajillo es el segundo término municipal de menor población de Las Villas, con 7134 habitantes, de los cuales 913 residen en la cabecera. La fundación del centro urbano se remonta a 1853 cuando un terrateniente de origen canario, Don Abundio Montes de Soler, obtuvo permiso de la autoridad pertinente del Cabildo de Santa Clara para llevar a cabo el trazado de cuatro calles y vender solares en un cuartón de una caballería situado dentro de un feudo de su propiedad. El caserío inicial fue conocido como Sitiería de Soler.
  El tal Don Abundio, un tipo pintoresco, feliciano y excéntrico, se comportaba de acuerdo a su máxima favorita:
  ─La vida es una sola y se va rápido, así que hay que vivirla lo mejor posible.
  Le gustaba emborracharse y acompañarse con el laúd tonadas aprendidas en el lejano archipiélago atlántico donde nació y se crió. Gran mujeriego, andaba por los campos con un carretón cargado de pócimas y ungüentos que regalaba a los guajiros enfermos mientras les enamoraba a las hijas.
  Se vanagloriaba de haber tenido 52 descendientes de 13 mujeres diferentes, 16 de ellos nacidos de sus dos esposas legítimas, y los demás, bastardos de 11 guajiras de sus tierras y comarcas aledañas. Su dotación llegó a tener 10 esclavas, pero nunca mantuvo sexo con ellas.
  ─No me gustan las negras ─se justificaba.
  Además de sembrar su semilla en cuanto útero de blanca se le ponía por delante, otra de sus aficiones consistía en gastar bromas pesadas. Como colocar flores y ramas de guao en los camastros de los barracones para provocarles hinchazón a quienes se acostaran en ellos. Y echarles disulfuro de carbono en el culo a los mulos y caballos para que salieran arrebatados dando saltos y coces.
  ─El misifuro los vuelve locos ─afirmaba entre carcajadas y tragos de aguardiente de caña.
  Llegado de las Canarias con una mano alante y otra atrás, su habilidad natural para ganar dinero le llevó en pocos años a crear un pequeño imperio. Compró un pedazo de tierra y en él construyó y puso a funcionar una posada y fonda ─«casa de pasajeros»─ que daba cobijo y alimento a quienes transitaban por el Camino Real, viajeros de las diligencias y peones ganaderos que conducían rebaños. 
  En menos de lo que el palo fue y vino, ya se había creado en torno a su hostería un pequeño caserío, con su ermita y su tienda general de víveres y suministros, que fue el núcleo de su hacienda primero y de su latifundio después.
  Durante la Guerra Grande el fundador Don Abundio colaboró al mismo tiempo con los colonialistas españoles y con los mambises que luchaban contra ellos.
  ─Cuando las cosas andan revueltas, hay que estar con Dios y con el Diablo ─sentenciaba.
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