Traductor

Páginas vistas

sábado, 12 de diciembre de 2015

OMARA PORTUONDO, UNAS GANAS TREMENDAS DE CANTAR

   En 1968, cuando escribí el retrato periodístico que van a leer a continuación, Omara Portuondo y yo éramos buenos amigos. Puedo afirmar que muy buenos amigos. De ésos que, en un tiempo en que no existía todo lo que hoy facilita la comunicación (móviles, e-mail, WhatsApp, Skype, Facebook), se veían a diario, compartían momentos, comentaban lo que les ocurría, se apoyaban. En fin, sociales de verdad.

   Portuondo Calá eran los apellidos del comentarista deportivo de La Voz de las Américas. Y cuando cogimos confianza, me dio por llamarla Omara Portuondo Calá. Ambos estábamos empezando carreras.

   Tras cantar y bailar mucho por aquí y por allá en un período de despegue que duró demasiado tiempo, ella acababa de iniciar su trayectoria estable de solista tras quince años como puntal en el mítico Cuarteto de Aida.

   El guajirito que era yo, apenas estaba terminando de soltar el arique que trajo enganchado desde Las Villas. Y andaba metiendo cabeza por donde podia, hacia pinitos en periodismo, shows de variedades en teatros y había comenzado año y pico antes a cumplir su sueño de ser director de televisión.
   En ese entorno, nuestros caminos se cruzaron y surgió una amistad cómplice, entrañable, sincera.

   Me gustaba departir con una antiestrella, una artista gigante que no se consideraba gigante, una persona sencilla, de zapatillas para la calle y pañuelo en la cabeza para no tener que peinarse, que saludaba a todo el mundo y se preocupaba por los problemas de todo el mundo, que me enseñó que el filin podía ser una manera de tratar a los demás. Ésos fueron mis motivos. Los de ella para ser mi amiga nunca los supe porque, a decir verdad, yo interesante no era.

   Omara y Ginori, por acá y por allá. En la cafetería del hotel Riviera o en la del Nacional. En los estudios del Focsa, en sus programas o en los míos. Acompañándola al puesto de frutas a recoger ls naranjas que le habían tocado por la libreta. Montados en mi moto Berlín (1). Omaritiyita y el Ginorito. Dando vueltas. Parriba y pabajo. Juntos en el cariño hacia Aida Diestro y en la admiración por el Che, Elena Burke, Marta Valdés, Paquito D’Rivera y Chapottin. Juntos en La Habana repleta de vida y de futuro de los años 60. Juntos.

   Partiendo de ese contexto, me fue fácil redactar sobre ella. Muchas preguntas no se las tuve que hacer porque ya me sabía las respuestas. Me senté ante la máquina de escribir y los párrafos me salieron a borbotones. El lector notará enseguida la complicidad. Y mi simpatía y mi respeto por aquella mujer de andar por casa que, sin alharacas ni montones de anuncios, ocultándose de su destino dentro de un cuarteto, guardaba en su interior a una cantante excepcional que se paseaba sin problemas por obras complicadas como “La era está pariendo un corazón”, “Vuela pena”, “Como un milagro”, “Río al sol” o la que apareciera, por difícil que fuera.

   Mi texto apareció en el número de abril de 1968 de la revista Cuba, enriquecido por unas fotografías estupendas de Iván Cañas.
   A ella y a mí todavía nos quedaban unos cuantos años más de buena amistad.

   Después la vida, que es una cabrona, nos separó. Ya no dispuse de tantos ratos para andar girovagando por el Vedado. Y ella se fue convirtiendo, con su talento era lo lógico, en una gran figura pública. Ya no nos buscábamos, nos veíamos sólo esporádicamente, cuando coincidíamos por casualidad. Y entonces ya no paliqueábamos como antes ni existía la camaradería que tanto nos gustó.
   Llegó el momento en que la Portuondo se desprendió del Calá y dejó de encajar con una sonrisa mis críticas por la forma tan superficial con que administraba su carrera y mi choteo por no haberse aprendido la letra de “Siempre es 26”, que ante el público seguía leyendo en un papelito arrugado después de haberla interpretado cien veces.

   Pero no fueron el poco tiempo disponible de ambos ni los caminos profesionales diferentes que se nos abrieron, los principales motivos para que se fuera enfriando nuestra confraternidad.
   Creo que fue la ideología, nuestra cada vez más diferente manera de considerar la revolución, lo que secó el árbol que habíamos sembrado. Los 80, llenos de promesas incumplidas, contradicciones y fracasos, ya no eran aquellos 60 de certezas e ilusiones. Con mi desencanto in crescendo, yo me fui distanciando del fidelismo al que llamaban socialismo sin serlo y, quizás abusando de nuestra confianza mutua de años atrás, se lo comenté algunas veces. Y le dije que estaba dando la cara por algo que no lo merecía. Al ver cómo lo recibía, muy mal, opté por no hacerlo más.
   Habíamos tomado por rumbos opuestos, poco teníamos en común. Nuestras ya pocas charlas terminaban en discusiones que no conducían a parte alguna. En definitiva, ella seguía creyendo en “aquello” y había elegido un controvertido camino que la condujo a ser, cada día más, el prototipo del artista fiel al régimen, un icono del oficialismo.
   Dolía verla convertida en símbolo e imagen de la clase dirigente y, en nombre de ésta, repetir una y otra vez “por eso yo soy cubana y me muero siendo cubana”, poniendo su extraordinario arte y su prestigio en función de la defensa de las ideas y acciones que estaban conduciendo al abismo a nuestro país y malogrando una oportunidad de oro que quién sabe cuándo se volverá a presentar.

   Desde que levanté el pie de Cuba, a mediados de los 90, yo no me había empatado en directo con Omara. Ha pasado mucho tiempo. La antiestrella que fue mi social fuerte hace 50 años ahora es una señora famosa en tropecientos países, que gana el Grammy, hace giras mundiales, ofrece conciertos de tú a tú junto a Maria Bethania, llena teatros y auditorios… La presentan como “La Diva de Buenavista Social Club”, la “Ambassador of Cuba” y viaja rodeada de un equipo de gente que trabaja para ella. De todo lo cual, yo me alegro, ¿por qué no?

   Hace unos meses, una amiga que vive en Cataluña, que no conocía la historia que he contado arriba sobre Omara y yo, hizo sonar mi teléfono:
   -- Yin, te voy a dar una sorpresa. Mira que persona tengo aquí a mi lado. Te la pongo.
   Era la Portuondo. Intercambiamos saludos, algunas frases:
   -- ¿Por dónde andas?
   -- Por Galicia.
   -- ¿Galicia?
   -- ¿Qué tal tú?
   -- Estoy de paso por Barcelona, mañana regreso a La Habana.
   -- Ah, mira qué bien.

   Y poco más. La conversación, protocolar, duró lo que una mosca tonta al lado de un camaleón hambriento. Nada o casi nada nos dijimos ¡y mira que teníamos cosas que decirnos!
   Yo no soy el que era. Y la antiestrella Omaritiyita Portuondo Calá que yo conocí ahora es una diva internacional. Nuestra íntima amistad de ayer, de la que he querido dejar constancia aquí, hoy sólo es un episodio amable guardado en el baúl de los recuerdos.



OMARA: UNAS GANAS TREMENDAS DE CANTAR
por Pedraza Ginori
Fotos: Luis Castañeda e Iván Cañas
Revista Cuba, abril de 1968

   Esta vez se trata de Omara, la cantante. Se llama así y también Portuondo Peláez. “Omaritiyita” como le puso Aida –directora del cuarteto- Diestro (yo la quiero mucho mucho”). A veces “Pérez Prado” como le dice Tony –integrante de Los Cañas- Pinelli (el ser que más fastidia”). Sin dejar de ser “Mi mamá” para Ariel –su hijo de tres y medio años- Jiménez (“este chiquito es un fenómeno”). Pero la mayoría de las veces Omara es Omara y así la vamos a presentar.
   -- Mucho gusto.
   No, no se equivoque y le vaya a decir “mucho gusto” la primera vez que hable con ella. Porque Omara vive la vida a manos llenas y es probable que se le ría en la cara. Lo más aconsejable es que usted se acerque y le cuente un problema personal, en cuyo caso ella se inquietará y tratará de resolver. Otra forma puede ser hablarle de música y ahí sí que Omara es flojita, por ahí no tiene final: a los cinco minutos exactos, ya serán viejos amigos.

   Desde entonces, ya como amigos, tendrá usted privilegios:
   a) Oírla hablar 24 horas diarias (sobre todo de música y relaciones humanas).
     b) Almorzar con ella en el hotel Nacional (el bisté deberá chorrear sangre).
       c) Sentirla reír por la más mínima cosa (hace tiempo que se le rompieron los músculos de estar seria).
         d) Verla hacer planes que nunca realizará (cantar a dúo con Benny Moré o dirigir la Orquesta Cubana de Música Moderna).
           e) Interrumpirla diez minutos durante su guardia de milicias (los lunes por la tarde en la puerta del Canal 6).
             f) acompañarla al Zoológico con su hijo (es seguro que estarán media hora delante de los leones).
               g) admirarla mientras se da el gusto de ensayar (Martín Rojas, el guitarrista, gozará tanto como ella).

   Quizás entre las prerrogativas esté llegar a conocerla bien. Así usted notará cuando está triste, cansada, insomne o simplemente intranquila. Conocerá su problema número uno: la soledad. Y cómo ella la combate: haciendo amistades a diestra y siniestra. Como si la soledad se pudiese combatir así.

LA HABANA ENTERA LA TRATA DE TÚ
   Omara es de esa gente vital, que filtra por naturaleza. La Habana entera la trata de tú. Se justifica. Cómo va a ser de otra forma si ella anda siempre en la calle, con zapatos bajitos, arrugando un suéter, sonriendo a cuanta persona encuentra, llamando “sociales” a sus amigos y dominando el arte de caer bien.
-- Pienso que la vida es maravillosa.
  -- Quisiera tener quince años y ser una becada de la revolución.
    -- El sol es tremendo tipo. Me carga la batería.
        -- Me preocupa vestir. No soporto tiras, trapos colgando y eso.
          -- Lo mejor es usar pantalones. Fíjate si son cómodos que los hombres, que saben muchísimo, se los cogieron para ellos.


   Como intérprete, Omara Portuondo es afinación, medida, timbre, extensión, swing, una señora cantante. Admirada por el 100% de los músicos y aplaudida por toda Cuba. Al verla, uno se pregunta: ¿esta mujer sin aspavientos se habrá dado cuenta de su importancia como artista?

   -- No me preocupa la celebridad. Me interesa que mi trabajo llegue a los demás. Cantar es algo muy grande para mí, una necesidad. Aunque a veces he pensado que lo que hago no tiene valor alguno. Entonces me pongo pero que muy mal.

 Las imágenes de Luis Castañeda fueron tomadas en el Amadeo Roldán
en lo que parece ser un ensayo con el grupo Irakere.
Aquí se le ve con Chucho Valdés y Carlos del Puerto.

   -- Omara, ¿qué cosas no te gustan?
   -- Las fiestas, que me fotografíen, las joyas, el insomnio, los peinados, molestar a otros, no saber cocinar, que la gente se sienta mal, engordar, firmar autógrafos… Sobre todo, que me traicionen o que no crean en mí.

   -- ¿Y cuáles te gustan?
   -- Mi padre, la provincia de Oriente, Bola de Nieve, Benny Moré, reír, la panetela de frutas, la cafetería del hotel Nacional, José Bartel, Miriam Ramos, la madrugada, la guitarra española, el color azul, Maggie Carlés, Dakota Staton, recordar a mi madre, que me respeten, la leche de vaca, ser mulata, el edificio de CMQ, como toca el bajo Fabián y la batería Enrique Pla, las rosas, hacer coros con las orquestas de baile, los deportes, Bobby Jiménez, Sinatra, los parques, trabajar en teatros, el Malecón de La Habana, los niños, el Cementerio de Colón, el conjunto de Chapotín… Sobre todo, me gusta mucho cantar y estar con mi hijo.


LAS MONJAS NO CANTAN SON
   Omara Portuondo asegura tener mala memoria.
   -- Se me olvidan las fechas, los lugares, los títulos, las letras de las canciones.   Así, resulta un verdadero lío reconstruir cronológicamente su vida.
   -- El pelotero Bartolo y su señora Esperanza, mis padres, cantaban a dúo y muy bonito por cierto. Eso tuvo que ver con que yo cantara. Creo que he cantado desde que nací.

   -- ¿Cuándo naciste?
   -- Ay, no me acuerdo –sonríe con picardía-, era muy chiquita. (2)
   -- ¿Dónde?
   -- En La Habana. Aramburu y Zanja, al lado del puesto de chinos.

   -- La música ha sido mi vida. Me iba a ver las películas de Deanna Durbin, Astaire, Lena Horne, Calloway. Después imitaba lo que había visto. Dentro de la casa porque afuera me daba pena.

   -- ¿Todavía te da pena?
   -- Todavía. Siempre he sido tímida aunque no lo parezco. Mi madre aseguraba que yo sería monja.
   -- ¿Por qué no lo fuiste?
   -- Porque las monjas no pueden cantar son.
   -- ¿Y que importancia tiene el son para ti?
   -- ¡Muchacho! Si yo pudiera, sólo cantaría sones. Hace poco me han hablado para grabar un disco de sones y me han puesto a gozar.

Omara con Paquito D'Rivera
   -- De chiquita quería ser maestra. Pero era muy difícil el ingreso en la Escuela Normal y ni me presenté. Estudié taquimeca, inglés, hacía deportes. Estuve dos años en el Instituto de La Habana. Pero no escribas todo eso, es una bobería. ¿A quién le va a interesar eso?

LA GENTE DEL FILIN
   -- Bueno, háblame del canto.
   -- La primera vez fue un segundo premio en un programa de aficionados por Cadena Habana. En casa de Estelita Marrero, amiga mía, conocí alguna gente del filin: Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Frank Emilio… Iban allí a descargar.
   -- ¿Pero ese grupo no se reunía en casa de Angelito “Rosa mustia”?
   -- También. Cada noche iban a una casa distinta. Frank me llevó a su conjunto Loquibambia, que tenía una hora en la Mil Diez. El locutor Manolo Ortega me cambió el apellido: fui Omara Brown. Por allí andaban Aida Diestro, Leonel Bravet, Eligio Valera. Conocí a Elena Burke.
   -- ¿Qué tú crees de Elena?
   -- Canta con mucha limpieza. Tiene un timbre fabuloso. ¿Por qué me lo preguntas?
   -- El público siempre las compara.
   -- Pero no hay comparación. Elena es nuestra mejor cancionera. Sin duda.

DE CÓMO FUI COGIENDO CANCHA
   -- Después vino una época tremenda. Fui cogiendo cancha. Bailé y canté con varios conjuntos.

   -- ¿Con cuáles?
   -- No quiero recordarlos.
   -- ¿Qué vino más tarde?
   -- Las estampas coreográficas de Alberto Alonso en el teatro Radiocentro y en la televisión, los shows de Rodney en Sans Soucí, el cuarteto de Orlando de la Rosa…

Cuarteto de Orlando de la Rosa
Arriba: Reinoso y Adalberto
Debajo: Omara, Orlando y Elena
   -- El cuarteto fue importante para mí. Estuvimos Elena, Aurelio Reinoso, Adalberto del Río y yo. Viajamos seis meses por Estados Unidos. Cuando regresamos a Cuba, Orlando me sacó.
   -- ¿Por qué?
   -- Por gorda. Pesaba 140 libras.
   -- ¿Y qué hiciste?
   -- Una dieta. Bajé más de 30.

   -- Con la orquesta Anacaona, todas mujeres, fuimos a Haití. Las cantantes éramos Moraima Secada y yo.

AIDA PENSÓ EN CUATRO MULATAS

   -- ¿Cómo nació el Cuarteto de Aida?

 La formación original de Las D'Aida (años 50)
De izq. a derecha, de pie: Elena, Omara y Haydée
Sentadas: Moraima y Aida
   -- Idea de Elena. Empezamos mi hermana Haydée, Elena y yo con Adalberto. Aida pensó que debíamos ser cuatro mulatas. Y entró Moraima. Las Aida fueron un puñetazo desde el primer día. “Ya no me quieres”, “Tabaco verde”, “La bayamesa”, “Yenyere Cumá”, “Las mulatas del cha cha cha”… Discos, teatros, cabarets, nuestro propio programa de televisión… México, casi toda Suramérica, Estados Unidos, la Unión Soviética, los países socialistas...
   -- Acuérdate de algo emocionante.
   -- Rita Montaner estaba actuando en el teatro Martí y nosotras fuimos allí a cantarle  “Rita Montaner” de César Portillo. Nos aplaudieron tanto que más nunca se me olvidará.
   -- Últimamente entramos en la onda de la balada. Gustaron mucho “Ese hastío”, “No me abandones”, “El mundo”…

   -- ¿Qué pasó con “El mundo”?
   -- Un domingo, hace dos años, estábamos en “Un peso de música”, teatro Mella, y estrenamos “El mundo”. A mitad del número, el público se puso de pie y aplaudió. Eso nunca pasa. Xiomara, la solista, se quedó sin voz de la emoción. Agarré el micrófono y seguí su parte. Al final, la ovación fue tan grande que me asusté y quise salir corriendo.


   -- Estuve quince años con el cuarteto.
   -- ¿Por qué tanto tiempo?
   -- Era más interesante, más importante que actuar como solista.
   -- ¿Por qué lo dejaste?
   -- Parece que tenía que ser así.


NUEVE MESES DE ANDAR SOLA
   -- Hace nueve meses que ando sola. Debuté en el Encuentro de la Canción Protesta cantando “Es hora de revoluciones” de Tania Castellanos. Y de allí hasta Sopot, Polonia, para el Festival de la Canción.
   -- ¿Qué interpretaste?
   -- “Canto al azar” y “Sólo tú y yo”. Fui representando a la EGREM y actué en el Día del Disco.
   -- ¿Sopot mejor que Varadero 67?
   -- Cada festival tiene su onda. Allá vi intérpretes muy buenas. Caterina Valente, por ejemplo. Una siempre agarra algo de los demás. En Varadero todo fue muy bueno. No hubo tanto protocolo. Todo muy cubano, muy Varadero. La orquesta rindió una labor increíble.

   -- De tu nueva etapa ¿qué número gusta más?
   -- “Now”, sobre el problema de los negros norteamericanos.
   -- ¿Qué sientes cuando lo haces?
   -- Unas ganas tremendas de cantarlo.

   -- De acuerdo con mi temperamento, escojo mi repertorio: “Sólo tú y yo”, “No me abandones”, “Ya no sé”, “La felicidad”, “Río al sol”, “Y nada más”… Acabo de incorporar “Michelle” de Los Beatles. Tuve que leer un papelito con la letra. No me lo sabía pero tuve que cantarlo porque el número es muy bueno y no había más remedio que hacerlo.

   -- ¿Los compositores? ¡Ay, viejo! Salgo de Sindo Garay y Grenet, paso por Portillo, José Antonio, Piloto y Vera, Marta Valdés, Meme Solís y vengo a dar a los más nuevos: Silvio y Pablito.

   Pablito es Pablo Milanés, el favorito actual de Omara. De él es “Yo vi la sangre de un niño brotar” que ella le anda cantando a cualquiera que la quiera oír en estos días.

Yo ví la sangre de un niño brotar,
yo he visto a un niño llorando a su suerte
y me pregunto por qué tanta muerte,
tanto dolor, tanto napalm.

-------------------


N    O    T    A    S

(1)   Yo tenía una motocicleta alemana Berlín que frecuentemente nos servía a ambos para movernos por La Habana. Una noche Omara, de botella detrás de mí, y yo conduciendo, bajábamos conversando por L cuando nos detuvo la roja en el semáforo de la esquina de 17.
   Cuando la luz cambió a verde, yo aceleré, seguí hasta Línea y doblé a la izquierda sin dejar de hablar con ella. A la altura de G, me detuve por otra roja. Al ver que Omara no decía nada, voltée la cabeza y descubrí que no estaba sobre la moto. ¿Se habrá caído?, pensé.
   Preocupado, volví para buscarla. La encontré varias cuadras atrás, muerta de risa. Se había bajado en L y 17 y yo no me había dado cuenta, dejándola allí.
   Este incidente se convirtió en una anécdota que a ella le encantaba contar.

(2)   Dicen sus biógrafos que Omara nació el 29 de octubre de 1930.


 /////////////////

 La empresa norteamericana Create Space / Amazon ha publicado,
en formato papel, mis dos libros "Pedraza Ginori Memorias Cubanas".
Sus páginas son un compendio de mis experiencias y mis circunstancias, vividas en el mundo de la televisión, los espectáculos, la creación musical,

la radio, la publicidad y la prensa.
Los dos volúmenes recogen, en clave autobiográfica, sucesos, “batallitas”, semblanzas, anécdotas y reflexiones personales.
El Libro 1, “Eugenito quiere televisión”, tiene 342 páginas. 

El Libro 2, "Quietecito no va conmigo", 362 páginas.
Ambos están a la venta en las webs
 www.createspace.com  www.amazon.com  www.amazon.es

/////////////////

////////////////////////



////////////////////////

1 comentario:

  1. Hay gente que cambia para bien y otras no. Hay gente que cambia para mal y otras no. Todos tenemos derecho a cambiar en la vida. A pensar distinto cuando abrimos los ojos a la verdad. Los que siguen sin cambiar, a pesar de que la verdad está frente a uno como una casa, solo lo hacen por oportunismo, por ignorancia, o, para ser condescendiente, por inocencia. A esa gente, aun teniendo derecho a no cambiar, no las puedo ver con buenos ojos. y duele, sobre todo cuando estamos frente a ese talentazo. Lástima.

    ResponderEliminar