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jueves, 17 de diciembre de 2015

MASANTÍN EL TORERO ANTE LA COMISIÓN DE EVALUACIÓN

   Era el 18 de noviembre de 1977 y el Granma daba a conocer la existencia  de la Resolución Nº 68 que establecía la evaluación de los trabajadores del sector del arte y la cultura.
   El propósito era vincular la producción con los salarios. Para ello se estaba trabajando en una nueva forma de organización económica cuyo paso previo previo era la clasificación del personal en varios niveles.

   Por los pasillos de Radiocentro corrió la noticia y tras ella los rumores: la evaluación, la temida evaluación, era un hecho y estaba al doblar de la esquina. Fue suficiente para que cundiera el nerviosismo y se dispararan todo tipo de especulaciones.

Edificio Radiocentro, sede del ICRT (Habana)

CAPITALISMO Y SOCIALISMO
   Era normal que la gente se preocupara porque estaban en juego sus ingresos. El artístico es, por su naturaleza, un sector donde la creatividad y la subjetividad juegan un papel fundamental. En él, resulta especialmente complicado determinar cuál es la norma y lo que, en base a ella, debe percibir una persona por su trabajo.
   Se trata de una rama en la que la oferta y la demanda se mueven en su salsa. Tú pagarías mucho por la entrada a un concierto que a mí no me interesa en absoluto. El grado de aceptación de una obra o de un artista por parte del receptor es determinante en el capitalismo. Veamos dos ejemplos:
   Supongamos que el pintor Fulano fuese considerado el mejor de Cuba. Alguien decide comprarle un cuadro. El precio es el resultado de una puja, de un acuerdo comercial entre las dos partes.
   La cantante Mengana es reconocida por toda la profesión como el paradigma de la perfección musical pero gusta sólo a unos pocos. Si la empresa de un teatro la quiere contratar le ofrecerá menos dinero que a otra intérprete que está lejos de alcanzar el mismo nivel de maestría pero abarrota los sitios donde se presenta.
   En el sistema socialista el asunto se enmaraña porque el estado es el único empresario empleador, el que decide. ¿Cuál es la tarifa que homologue con justicia casos tan diversos como los que se presentan en el día a día en el mundo del arte?
   Supongamos que al pintor citado arriba, por su excelencia, se le asignase el sueldo máximo mensual de la escala salarial. Lo que nos llevaría a una pregunta derivada: ¿Cuántas obras y de qué calidad debe producir al mes para merecer ese estipendio?
   ¿Deben ambas cantantes, la que atrae público y la que no, ganar lo mismo?
   No planteo que no se pueda resolver el problema. Digo que es difícil, si se quiere actuar con equidad, un factor del que muchos presumen pero pocos llevan a la práctica.

QUINCE AÑOS DESAFINANDO

   Las evaluaciones de los cantantes cubanos dieron mucho que hablar. Se les exigía plantarse ante un tribunal examinador e interpretar varias obras. Además, acreditar una serie de conocimientos musicales y cualidades vocales que no todos los que llevaban años en la profesión poseían. Se presentaron casos como los siguientes:
     ¿Cómo evaluar, con apego a unos criterios técnicos rigurosos, a un favorito del público que ha estado desafinando sistemáticamente desde que empezó su carrera, quince años atrás?
       ¿En cuál categoría ubicar a artistas espontáneos e inclasificables como Juana Bacallao y Faustino Oramas "El Guayabero"?

CÓMO ME CONVERTÍ EN EVALUADOR
   El trabajo se hizo bajo la orientación de la Comisión Nacional de Implantación del Sistema de Evaluación en la Rama Artística. El 16 de julio de 1980, el diario Granma publicó una información bajo el siguiente titular: 
"El proceso de evaluación de la rama artística ha concluído en lo esencial" 
   Calculo que debe haber sido en el 79 que el ICRT comenzó a clasificar a sus técnicos y artistas en categorías. Esto sirvió de punto de partida para reorganizar la plantilla y las retribuciones de los distintos puestos de trabajo.

LA PARTE BUENA Y LA PARTE MALA

   Un día asistí a una reunión de alto nivel en la que me informaron que yo había sido seleccionado como uno de los evaluadores. Me dijeron que para escogerme se tuvo en cuenta mi título de graduado en Historia del Arte en la Universidad de La Habana, mi trayectoria como director y la calidad de mis programas.

sábado, 12 de diciembre de 2015

OMARA PORTUONDO, UNAS GANAS TREMENDAS DE CANTAR

   En 1968, cuando escribí el retrato periodístico que van a leer a continuación, Omara Portuondo y yo éramos buenos amigos. Puedo afirmar que muy buenos amigos. De ésos que, en un tiempo en que no existía todo lo que hoy facilita la comunicación (móviles, e-mail, WhatsApp, Skype, Facebook), se veían a diario, compartían momentos, comentaban lo que les ocurría, se apoyaban. En fin, sociales de verdad.

   Portuondo Calá eran los apellidos del comentarista deportivo de La Voz de las Américas. Y cuando cogimos confianza, me dio por llamarla Omara Portuondo Calá. Ambos estábamos empezando carreras.

   Tras cantar y bailar mucho por aquí y por allá en un período de despegue que duró demasiado tiempo, ella acababa de iniciar su trayectoria estable de solista tras quince años como puntal en el mítico Cuarteto de Aida.

   El guajirito que era yo, apenas estaba terminando de soltar el arique que trajo enganchado desde Las Villas. Y andaba metiendo cabeza por donde podia, hacia pinitos en periodismo, shows de variedades en teatros y había comenzado año y pico antes a cumplir su sueño de ser director de televisión.
   En ese entorno, nuestros caminos se cruzaron y surgió una amistad cómplice, entrañable, sincera.

   Me gustaba departir con una antiestrella, una artista gigante que no se consideraba gigante, una persona sencilla, de zapatillas para la calle y pañuelo en la cabeza para no tener que peinarse, que saludaba a todo el mundo y se preocupaba por los problemas de todo el mundo, que me enseñó que el filin podía ser una manera de tratar a los demás. Ésos fueron mis motivos. Los de ella para ser mi amiga nunca los supe porque, a decir verdad, yo interesante no era.

   Omara y Ginori, por acá y por allá. En la cafetería del hotel Riviera o en la del Nacional. En los estudios del Focsa, en sus programas o en los míos. Acompañándola al puesto de frutas a recoger ls naranjas que le habían tocado por la libreta. Montados en mi moto Berlín (1). Omaritiyita y el Ginorito. Dando vueltas. Parriba y pabajo. Juntos en el cariño hacia Aida Diestro y en la admiración por el Che, Elena Burke, Marta Valdés, Paquito D’Rivera y Chapottin. Juntos en La Habana repleta de vida y de futuro de los años 60. Juntos.

   Partiendo de ese contexto, me fue fácil redactar sobre ella. Muchas preguntas no se las tuve que hacer porque ya me sabía las respuestas. Me senté ante la máquina de escribir y los párrafos me salieron a borbotones. El lector notará enseguida la complicidad. Y mi simpatía y mi respeto por aquella mujer de andar por casa que, sin alharacas ni montones de anuncios, ocultándose de su destino dentro de un cuarteto, guardaba en su interior a una cantante excepcional que se paseaba sin problemas por obras complicadas como “La era está pariendo un corazón”, “Vuela pena”, “Como un milagro”, “Río al sol” o la que apareciera, por difícil que fuera.

   Mi texto apareció en el número de abril de 1968 de la revista Cuba, enriquecido por unas fotografías estupendas de Iván Cañas.
   A ella y a mí todavía nos quedaban unos cuantos años más de buena amistad.

martes, 8 de diciembre de 2015

PRADO Y ÁNIMAS, EL PALACIO DE LOS MATRIMONIOS

   El imponente edificio neorrenacentista de la esquina de Prado y Ánimas, construido en la segunda década del siglo XX, fue sede durante medio siglo del Casino Español de La Habana.
   Al triunfo de la revolución, el gobierno lo expropió justificando su decisión con el argumento de que en Cuba debían desaparecer las sociedades que discriminaban, aquellas a las que sólo podían acceder los sectores de la población que cumpliesen sus requisitos de admisión.
   Años después, el gran inmueble fue convertido en un sitio dedicado a celebrar bodas, al estilo de los palacios de los matrimonios que existían en la URSS y otros países socialistas europeos.

   Allí nos casamos Loly Buján y yo el miércoles 4 de febrero de 1970.
   En la foto de arriba aparecen los familiares (Lolita, Susa...) y amigos que nos acompañaron aquella tarde. Entre ellos, la actriz Dulce Velasco, el actor Rafael Díaz y el director de cine Rigoberto López.
   En la foto de abajo, de izquierda a derecha: Germán Pinelli, Antonio Vázquez Gallo, Sarita Reyes, Fidel Morales, Antonio Miguel Sánchez, Lidia Sánchez, Tony Fernández, Josefina de Zayas, Rafael Díaz, Loly Buján, Germán Navarro, Yin Pedraza Ginori, Rigoberto López y Cary.

   Tres años antes yo había escrito un reportaje sobre el Palacio de los Matrimonios que fue publicado en el número de mayo del 67 de la revista Cuba (1) (2). Lo reproduzco a continuación.

viernes, 4 de diciembre de 2015

LOS PAPINES / TASCA TASCA LE DIJO A TESQUE TESQUE

   Lo que van a leer a continuación es un modesto homenaje a mis amigos los hermanos Abreu, leyendas del arte cubano.
   Lamentablemente Papín, Alfredo y Luis ya no están en este mundo. Espero que el todavía activo Jesús pueda leer esta pieza del blog y por ella se entere de que todos, los cuatro, continúan vivitos y coleando en esa zona de mi mente donde habitan los recuerdos inolvidables y los afectos de toda la vida.
SIEMPRE PAPINES
   A mediados de los años 60, el cuarteto cubano Los Papines (percusionistas, cantantes, showmen) se presentó en “Música y Estrellas”, el programa televisivo de Manolo Rifat del que yo era asistente de dirección. Allí les conocí, si la memoria no me falla.
   Pero cuando llegué a relacionarme más con ellos fue en una temporada que hice en el teatro Amadeo Roldán, de Calzada y D, Vedado. El Amadeo era la meca de las variedades en La Habana de entonces (1). Todos los artistas importantes, nacionales y extranjeros, pasaban por su escenario. Y allí actuaban, porque se habían ganado estar en ese nivel, Los Papines.

   Les recuerdo como unos grandes profesionales. Recibiendo clases de canto con el Maestro Luis Carbonell. Superpreocupados por el audio y las luces. Siempre puntuales, siempre sus números bien montados, siempre respetuosos con el público, siempre dispuestos a apretar.

TODOS PARA UNO
   En aquellas semanas en que tuvimos tiempo para conversar y conocernos mejor, surgió nuestra amistad, que continuó con los años. Eran cuatro y parecían uno. Andaban juntos parriba y pabajo. Uno se los podía hallar al mediodía en el lobby del Habana Libre, una tarde en Radiocentro asistiendo al colectivo de preparación de un telemusical o cualquier noche en la cafetería que estaba de moda, la del Capri.
   Todos para uno y uno para todos, los cuatro juntos. Decentes, caballerosos, impecables en sus maneras, atildados, sonrientes.
   Se vestían generalmente con trajes o camisas iguales y en ocasiones unos combinándose con los demás. Sin duda, no era una acción casual. Proyectándose en la calle con la misma formalidad que lo hacían dentro de los escenarios, transmitían el mensaje de que eran Papines a toda hora y dondequiera que estuviesen.

UN NÚMERO MAESTRO
   Hoy en día, los hermanos Abreu ocupan un sitio entre los más grandes artistas cubanos de variedades. Para ganarse ese merecido galardón tuvieron que abonar su carrera con cantidades industriales de carretera, ingenio, esfuerzo y sudor.
   Su logro fundamental fue crear un número maestro, propio y aplaudido mundialmente, partiendo de todas las posibilidades de la percusión afrocubana y de la interacción con el auditorio. Y hacerlo de una manera original, imaginativa, divertida, decididamente espectacular.