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jueves, 31 de octubre de 2013

martes, 29 de octubre de 2013

ESTRELLA Y LUCEROS DEL CARNAVAL DE LA HABANA 1970

INTRODUCCIÓN
    Cuba, a mediados de 1970. Tras el reciente y estrepitoso fracaso de la zafra de los 10 millones que iban pero que no fueron, el país andaba cabizbajo, medio depresivo ante la evidente realidad de que, a pesar de los esfuerzos y los sacrificios, no siempre se triunfaba. Y ese sentimiento de derrota, de gran abatimiento colectivo, no era el adecuado si se quería seguir contando con el favor de las masas.
    Así que alguien consideró que lo mejor para sacudir el muermo era, dado el carácter fiestero del cubano, darle alegría a su cuerpo macareno (1). Y se decidió hacer los carnavales más carnavales de todos los carnavales. Desde la capital hasta el pueblito más pequeño y perdido, las autoridades botaron la casa por la ventana dotando de presupuesto y recursos suficientes a las carrozas y comparsas, sacaron a la venta la jama y la bebida que andaban perdidas y crearon el ambientazo. El perico de Tata Güines y sus Tatagüinitos se puso a llorar y la gente a bailarlo y a tirar hacia arriba los envases de perga llenos de cerveza mientras los vigilantes hacían la vista gorda porque las órdenes eran que el pueblo se divirtiera.


EL TABLOIDE QUE SACÓ PALANTE
    Terminando junio, en La Habana ya había finalizado, en todos los niveles –de cuadra y centro de trabajo parriba-, el proceso de selección de las estrellas y luceros del carnaval. En el semanario Palante estaban preparando un suplemento humorístico que iban a repartir gratuitamente a los asistentes a la gran final que se celebraría en la Ciudad Deportiva. Y como yo caía por la sede de la publicación semana sí semana también, mis amiguetes de la redacción, con el inefable Betán a la cabeza, me pidieron que colaborara con ellos. El cabo que les iba a tirar consistía en entrevistar a las 120 candidatas finalistas, ni una menos.
    Parecía un embarque pero resultó un vacilón, ya que se trataba de un contingente de jebitas en muy buen estado, que habían pasado por no sé cuántas eliminaciones desde la base. Eso significaba que ocupaban el primer lugar de belleza y simpatía entre las 4000 que se habían presentado al certamen en la capital y sus alrededores. Algunas de ellas, todo hay que decirlo, eran monumentos que andaban por encima del primer lugar. Por lo que la tarea resultó agradable tirando hacia very nice. Cada tarde, durante una pila de días, en la sede de la Comisión del Carnaval (calle Cárcel casi esquina a Prado), estuvimos varios compañeros haciéndoles preguntas supuestamente graciosas a las chicas en busca de respuestas chispeantes y divertidas que a veces aparecían y otras muchas no.

EL REPORTAJE PARA LA REVISTA CUBA
    Yo era colaborador habitual de la revista Cuba Internacional y propuse a su dirección realizar un reportaje sobre la estrella y los luceros. Me aceptaron la idea. Lo armé con cuatro elementos: la ceremonia de selección final, las respuestas que le habíamos sacado a las muchachas para Palante, notas que se publicaron en la prensa en aquellos días y el material que nos dio una entrevista colectiva que le hicimos a las siete triunfadoras en la sede de la revista.
    Como todo aquello de elegir reinas de belleza me parecía una costumbre machista a superar, le entré al tema con cierta distancia. Utilicé la ironía y la sátira para que se notara mi falta de identificación con el asunto pero no obtuve un buen resultado. Me faltaba la maestría periodística que me hubiese ayudado a transmitir lo que quería. Así que no quedé contento con el reportaje. Una vez que lo vi impreso, me pareció confuso, embarullado, desordenado, tanto en forma como en contenido.
    De todas maneras, creo que puede resultar interesante leerlo hoy para recordar situaciones y analizar cómo las costumbres y usos de la época republicana, a más de once años del 1 de enero del 59, mantenían su vigencia y luchaban por pervivir en la nueva era.
    A pesar de que no me gusta este material, hoy lo reproduzco como un ejercicio de lealtad y honradez conmigo mismo y con ustedes, los que me leen. No siempre voy a publicar aquellas cosas de las que estoy complacido, ¿no?

LLEGÓ EL TIEMPO DE LAS ESTRELLAS
  Reportaje sobre la Estrella y los Luceros del Carnaval 1970 de La Habana.
    Escrito por Pedraza Ginori
      y publicado en la revista Cuba (Internacional), edición de octubre del 70.
Fotos de Sonia Zalacaín, Ernesto Fernández, José A. Figueroa y Nicolás Delgado.



domingo, 20 de octubre de 2013

¡GUAPO AHÍ, MIGUEL GINARTE!

    "Hay hombres que luchan un día y son buenos.
    Hay otros que luchan un año y son mejores.
    Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
    Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles".
                                                                           Bertolt Brecht



    Lo primero que supe de él fue que era un guajiro que se dedicaba a surtir de caballos y otros animales a los programas de televisión. Si un director o productor necesitaba una vaca, rellenaba una solicitud, la entregaba en el Departamento de Facilidades y se despreocupaba. Miguel Ginarte se encargaba de que el día tal, en el estudio tal, estuviera la res dispuesta para “ensayar” a la hora tal y “actuar” a la hora tal.
    En una institución como Televisión Cubana, en que nada era seguro, Miguel lo era. En mis treinta años de trabajo allí, no sufrí un problema provocado por algún animal que no llegó en forma y a tiempo. Mi experiencia era idéntica a la de otros compañeros directores y productores. Yo no fui de los que necesitaban muchos animales en mis programas pero jamás escuché a alguien decir que Ginarte le fallara. Ya podían los guionistas de "Aventuras" imaginar una gran batalla campal entre mambises y españoles porque tenían la seguridad de que las respectivas caballerías estarían listas a la hora de grabar.

    Con el tiempo, fui aprendiendo que Miguel no sólo era el que suministraba animales. En la finca de Miguel, de Siboney y Pabexpo para dentro doblando a la derecha, existía todo un centro de servicios para la producción. Se impartían clases de equitación a los actores, actrices y extras, se filmaban las escenas que se desarrollaban en el campo, existían viveros en los que crecían varios tipos de árboles y plantas, un laguito en el que nadaban las aves y se guardaban carruajes, sillas de montar, accesorios y mil y un trastos supuestamente inservibles que él había ido recogiendo de aquí y de allá para resolver problemas en los programas de la tele, películas del ICAIC y eventos de Cultura y otros organismos que atendían él y sus muchachos.
    Aquellos terrenos (dos kilómetros de largo por medio de ancho) que él administraba y cuidaba con esmero, también servían para el esparcimiento y disfrute de mucha gente. Aunque nunca caí por allí, era vox populi que dirigentes, militares, funcionarios del ICRT y sujetos de las alturas se pasaban por la finca –no pocas veces acompañados de hijos, esposas y amigos- a cabalgar gratis sobre las bestias de Miguel. Las mismas que él cepillaba, bañaba, alimentaba, curaba y cuidaba cuando ellos, los aprovechados, se marchaban.
    Siempre he pensado que atender a esta pandilla, resultaba una penitencia que él soportaba estoicamente, como una actividad de relaciones públicas con el poder, absolutamente imprescindible en Cuba para mantener funcionando aquel sitio.

sábado, 12 de octubre de 2013

TV CUBANA: JABONEROS, DEMOLEDORES Y QUIJOTES (Parte 1, featuring Papito Serguera)


LA ENTREVISTA
    Fragmento de la entrevista realizada a Jorge Serguera Riverí, alias “Papito”, quien fuera presidente del Instituto Cubano de Radiodifusión (ICR) desde 1967 hasta 1974, por Ernesto Juan Castellanos y publicada en su libro “John Lennon en La Habana with a little help from my friends” (Ediciones Unión, 2005). (1)  
    Pregunta: ¿Cómo estaba estructurado ese organismo entonces?
    Respuesta: Cuando yo llegué no había realmente tal estructura organizativa. Tanto la radio como la televisión estaban entramadas de manera caótica. No existía una estructura de programas tampoco. Ésa la establecían los propios directores de los programas. A ello había que añadir un vicio: esa falta de estructura y de organización dio lugar a una parcelación en la programación. Existía el programa de Fulano, de Fulana, de Mengano y de Esperancejo. Y ya eso era clásico.
Jorge Serguera
     Quiere esto decir que lejos de responder a un proyecto cultural, la programación respondía a intereses personales, y ello generó problemas que luego fue difícil combatir y suprimir.
    Como tú comprenderás, la dirección de un aparato de aquella naturaleza no podía estar en manos de un solo hombre. Así, un grupo de compañeros y yo organizamos la estructura del ICR en pos de una mejor calidad de la programación. Y acabamos con el caudillismo, la jefatura, los dueños de programas y los males que persistían, que era muy fácil ver a dónde conducían. Si tú eras director de un espacio musical y venía una muchacha bonita a quien le gustaba cantar, tú sabes que eso terminaba en la cama. Había una cola enorme.
    Te puedes dar cuenta de que todo eso se prestaba a una cadena infinita de problemas, que incluso me atribuyeron a mí, porque la gente decía: “¡Papito acabó en el ICR!”
    Cuando yo comencé en el ICR, allí había mucho desorden, porque todo el mundo se sentía dueño de aquello. Y al yo tomar medidas para erradicar eso, se perjudicaron, como tú comprenderás, cientos de intereses. Y tantos intereses perjudicados no iban a quedarse callados. Esa contradicción, de la única manera que te la puedo explicar en una etapa en la que tuve que acabar con los intereses predominantes y establecer nuevas reglas de funcionamiento y organización, dio lugar a la desaparición de los mediocres. Algunos se fueron para los Estados Unidos, otros para sus casas y otros para otros ministerios. 

    Cuando yo era chiquito y en el patio de mi escuela pública José Martí, durante el recreo, se armaba una pelea entre condiscípulos, la señora Herminia ponía orden separando y regañando a los contendientes. Para evitar el castigo -una hora de pie en la dirección-, la disculpa más usada era:
    -- Maestra, él empezó primero.
    En esta ocasión, Jorge Serguera empezó primero. Y, por respeto a la verdad y a los profesionales que hicieron la radio y la televisión por aquellos años que él menciona, la enorme mayoría de ellos personas decentes que no se merecen esas acusaciones y comentarios, creo que debo escribir algo al respecto.
    La entrevista me causa una mezcla de pasmo, conmoción y desprecio. Es difícil asimilar que alguien pueda ser tan caradura.
    Entré en el Instituto Cubano de Radiodifusión alrededor de un año antes que Serguera. A pesar de lo mucho que ha llovido, conservo claros en mi memoria los recuerdos suficientes para establecer que este señor, que dejó una huella en Radiocentro peor que la de un huracán de categoría 5, mintió, tergiversó y manipuló más que habló en estas declaraciones en las que intentó, patética e inútilmente, lavar su imagen soltando calumnias y trolas a tutiplén.
    Los que vivimos -sufrimos- su época al frente del ICR, conocemos perfectamente cómo se las gastaba este Papito, presuntuoso y creído, que se paseaba por los pasillos con cachorro de león y para quien el edificio de 23 y M era un lugar al que ir a pasar el rato mirando películas, jugando ajedrez y ligando mujeres, a ser posible jóvenes.
    Lo siento si sus hijos consideran ofensivas mis palabras o la triste reputación de censor y represor que se labró a pulso, pero cada uno debe apechugar con los pecados del padre que le tocó.

TV CUBANA: JABONEROS, DEMOLEDORES Y QUIJOTES (Parte 2: La paloma se equivocaba, se equivocaba y aún no ha rectificado)

Ésta es la continuación (y final) de mi artículo denominado
JABONEROS, DEMOLEDORES Y QUIJOTES (Parte 1, featuring Papito Serguera), publicado el 12 de octubre de 2013, al que recomiendo tirarle un vistazo antes de leer lo que viene a continuación.
Lo encontrarán, pulsando el siguiente vínculo:

El blog de Pedraza Ginori - TV Cubana: Jaboneros, Demoledores y Quijotes (Parte 1, featuring Papito Serguera)

    Incluyo a continuación las definiciones básicas, que establecí en la primera parte, imprescindibles para comprender lo que leerán en la presente entrada.
    Jaboneros: personas forjadas en el mundo de la publicidad y la creación radiotelevisiva previas a 1959, que dominaban el mundo audiovisual capitalista y sus entresijos. En los primeros años de la revolución se incorporaron a ésta poniendo sus habilidades, métodos de trabajo y experiencia al servicio del nuevo orden. Ocuparon puestos de responsabilidad en la organización y programación. En su mayoría, eran profesionales que apreciaban el talento, lo apoyaban y lo promovían. Fueron borrados del mapa.
    Demoledores: dirigentes y funcionarios que tomaron el control del ICR a mediados de los 60 y lo mantienen hasta hoy. Su característica fundamental es la obediencia ciega. Se apuntaron con devoción a la teoría de las alturas que plantea que toda crítica, incluyendo la sana, es contrarrevolucionaria. Responsables y cómplices de que el organismo sea una férrea y superpolitizada estructura de intolerancia y censura, cuyo único objetivo es la defensa a ultranza de la revolución. Para ellos, la televisión es un altavoz para divulgar mensajes políticos y “verdades” oficiales irrefutables. En general recelan de los artistas, desconfían de los creadores y, aunque no lo reconocen en público, la cultura les asusta. Proyectan imagen de invulnerabilidad pero, como se ha demostrado más de una vez, se les puede derrotar si se les ataca con inteligencia.
    Quijotes: creadores y colectivos que creen que la televisión es un medio de difundir obras de arte, buen entretenimiento y mensajes que contribuyan al mejoramiento del ser humano. Colándose por los intersticios de un sistema obsesionado por vender productos en los años 50 e ideas políticas desde los 60, han logrado burlar interferencias y trabas dejándose la piel y la salud mental en ello y consiguieron producir grandes momentos de la historia de nuestra televisión.

LA PRIMERA DE DOS DIGRESIONES NECESARIAS
    Un ejemplo que deseo poner, por clarificador, es el de un jabonero con gran experiencia adquirida en cargos de responsabilidad en Crusellas. El hombre se las sabía todas. Para él, el programa era un producto que se elaboraba en una fábrica denominada televisora. Nombrado responsable de programación de TV Cubana a mediados de los 60, tenía establecido un método heredado del capitalismo por el que su mañana de trabajo la dedicaba a enjuiciar las transmisiones de la noche anterior. Por su oficina iban desfilando directores, escritores, escenógrafos, intérpretes y otras personas vinculadas a los espacios. Reuniones intensas y muy críticas en la que se analizaba cada detalle, cada error, cada dificultad, cada logro. Una vez desmenuzado el programa de ayer y fijados los aspectos a mejorar, se pasaba el foco de interés al de la semana próxima: ¿de qué va el libreto?, ¿quién actuará?, ¿cómo solucionar el problema que tuviste con la utilería?, etc.
    En mi carácter de asistente de dirección, tuve la oportunidad de acudir regularmente y puedo dar fe del rigor y la seriedad que presidían aquellas sesiones. A veces no estuve de acuerdo con lo que se planteaba, por ejemplo: que Rosita Fornés debía vestir en su show semanal como las amas de casa afectadas por las escaseces y no como una vedette con plumas y lentejuelas. Pero años después eché mucho de menos aquellas discusiones centradas en el programa, que desaparecieron como sistema para dar paso a juntas y asambleas descafeinadas que, en las contadas ocasiones en que se celebraban, servían simplemente para que el analfabeto televisivo que las presidía regañara a quien se había salido de la línea trazada y bajara orientaciones políticas y/o absurdas.